23 Abril 1952 – (Crónica postal por avión de nuestro corresponsal.)—Alfonso González Rey,español, y otros dos amigos argentinos, no interpretaron fielmente los deseos y consejos del ministro de Salud Pública, doctor Carrillo, que encarece la importancia y beneficio de cultivar el «huerto de la salud», ese pequeño terreno baldío que todos tenemos, o podemos tener, en el fondo de nuestra casa, y que convenientemente plantado de patatas, lechugas o tomates, puede ser un siímando en la economía argentina y un factor positivo en el plan económico del Gobierno.
No lo comprendió así nuestro compatriota ni sus compañeros, porque en el terreno que poseían en Villa Soldati, lejos de cultivar los familiares tubérculos o herbáceas de huerta, arrastrados por un audaz alarde de conocimientos botánicos plantaron nada menos que una sementera de «Cannabis indica». Pero ¿qué mal puede haber en el cultivo de una planta nativa de América, una planta indígena y autárquica ahora que la autarquía y el indigenismo están de moda?, se preguntará el lector. La policía, sin embargo, lo vio claro y nuestro compatriota 7 sus dos amigos fueron a parar con sus huesos a la cárcel porque la encopetada «Cannabis indica» es, ni más ni menos, que la famosa y temible marihuana, la planta productora de los peligrosos nirvanas, los nirvanas que tienen viaje de ida solamente, porque la intoxicación de este veneno envicia al enfermo hasta el punto de hacer imposible toda recuperación.
Ahí está ese dramático llamamiento de una madre norteamericana que considera a su hijo, estudiante, caído en esta depravación, incurable ya, y expone su caso al ejemplo de todas las madres para que vigilen los pasos y las costumbres de sus hijos. Pero veamos cómo describe una publicación los efectos de la marihuana:«Deprime el sistema nervioso central, afectando los centros normales de control e inhibición, y haciendo que el individuo pierda el dominio de sus actos. Bajo los efectos de la droga se exagera en forma extraordinaria el «yo» de la persona intoxicada. Nada Je parece imposible. Llega a creerse dueña absoluta de las situaciones y de los individuos. El espacio y el tiempo pierden valor. Los minutos se arrastran largos como las horas. Los ruidos habituales retumban como truenos.Con los sentidos aguzados de esa manera surgen visiones peligrosas.
Los fumadores de marihuana son casi siempre presa de alucinaciones, que adoptan frecuente-mente el aspecto de manía persecutoria.» Y lo malo es que el intoxicado, al faltarle el estimulante, cae en tal depresión y desgracia que prefiere ya la muerte a dejar de sentir el enardecimiento y euforia que la droga le produce, estímulo y efectos que dañan cada vez más su organismo, hasta que la muerte llega por los más terroríficos caminos. , La marihuana apenas había llegado a la Argentina. Es centroamericana y de los Estados Unidos. Allí el número de viciosos entregados a’este arrebato se calculaba en 1937 en no menos de cien mil, siendo sus mayores consumidores jóvenes universitarios y deportistas, que es la edad en que más se ansia por lo visto sentirse dueño del mundo. El precio de la droga alcanza en los Estados Unidos a ochenta dólares la libra y tres dólares el cigarrillo, porque.la marihuana se fuma como el opio.
La policía argentina, que sigue de cerca este asunto, está empeñada en que este brote no prospere. Los cigarrillos conteniendo algo de marihuana han llegado a venderse en Buenos Aires a cinco pesos cada uno. Es decir, mucho más baratos que en los Estados Unidos, lo cual acusa muchos menos consumidores si nos atenemos a ¡a ley de la oferta y la demanda. ¿Se comprende ahora cómo no habrá perdón para estos tres hortelanos quetan afanosamente cultivaban este huerto de la «salud» clandestino, cargando sobre Buenos Aires no sólo un vicio, sino una leyenda negra a lo Jack London